La cárcel (cuento corto)
¿De cómo llego allí? Dios lo sabe. ¿Por qué estaba allí? Otro misterio. Lo cierto es que aquel infeliz no había conocido otra cosa en su vida. Aquel oscuro agujero, ciertamente, lo era todo para él. Mas ¿Qué era aquella brillante luz, pequeña y débil, que alumbraba tenuemente aquel lugar, y que entraba por un pequeño orificio de una de las paredes? –Para ser mas precisos, la que daba hacia el este -Era una incógnita, a la cual, en toda su miserable vida no había podido encontrarle explicación alguna. Habían , sin embargo también en aquel sitio, un cincel bastante derruido y un martillo al cual le faltaba el mango .¿Que uso habría de darle a aquellas herramientas, quien las había puesto allí? Trató de comérselas, fue lo primero que hizo, mas las encontró bastante duras y sin sabor. Luego, intentó usarlas de calzado, pero resultaban bastante incomodas, a decir verdad. Las abandonó durante mucho tiempo, encontrándolas absolutamente impracticas y sin valor. ¿Y esa luz, eso seria todo? Estaba convencido de que no .¿De donde surgía tal convencimiento? Otro misterio incontestable .
Un día, molesto, sin explicación aparente para el, empezó a golpearse a si mismo con aquel martillo. Luego, algo herido y magullado, también golpeo aquellos muros. Al final, leso y sorprendido, vio que el material del sitio en donde había percutido con tanta insistencia y aparente sin sentido, quedó importantemente dañado. Tomo el cincel, y más estupefacto aun, vio que los efectos de ambas herramientas se combinaban a la perfección, y además se complementaban mutuamente. Engolosinado como un niño por tal situación se dedicó a martillar día y noche aquel muro. Al cabo de unos años, y recordando el tiempo que llevaba haciéndolo, y encontrando solo mas muro al cincelar, se rindió y abandono aquella inútil tarea. Las herramientas, bastante deterioradas ya, pasaron nuevamente al olvido, y el volvió a su habitual tristeza. Ya no era joven, aunque tampoco viejo. Gruñía y maldecía, se enojaba. ¿Por que, si allí lo tenía todo? Las provisiones aparecían misteriosamente cuando el dormía. Decidió que esa tarde el iba a morir. ¡De donde venía esa convicción? Se acurrucó, dejo de comer, y se puso a esperar la muerte. Pero ésta no llegaba, se demoraba. La esperó por mucho tiempo. Un día, ya viejo, se le ocurrió la idea de que así como el no podía salir de allí, quizás, tampoco la muerte podía entrar. Decidido a abrirle paso tomó nuevamente aquellas viejas y desgastadas herramientas, y se puso a agrandar el agujero por donde ingresaba la luz. ¡Cuánto le costo al principio! Ante cada golpe, aquella insignificante abertura inicial aumentaba de tamaño, y torturaba las desacostumbradas retinas de sus ojos. Además, a su edad, las fuerzas le flaqueaban. ¡Pero que luz, que inaudita y misteriosa luz! Bueno, se dijo, misión cumplida, -creo que ya la abertura es bastante grande- Ahora si que podrá pasar. Y volvió a sentarse nuevamente a aguardar el inevitable desenlace final. Como la otra vez, esto no ocurrió. Esta bien, pensó, con el poco juicio que le quedaba, si ella no viene, quizás, tenga yo que llamarla, porque: ¿Cómo sabrá ella donde estoy, y quien soy, y que quiero? ¿Acaso yo lo se? ¿Como se llamaría ella, como debía invocarla? Probó golpeándose con el viejo martillo, y el grito surgido no la hizo llegar. Luego hincándose el pie con el cincel, surgió otro sonido, que tampoco tuvo ningún efecto. Entremezclando los sonidos provocados por sendas martirizaciones, surgieron algunas elementales palabras. Luego, se preguntó si podría realizar tales sonidos sin sufrir aquella tortura, extasiado comprobó que si, y ensayo todo tipo de posiciones con la lengua, la respiración, la nariz los pulmones, etc. Con el tiempo desarrolló tal destreza en estas habilidades que hasta incluso empezó a cantar, marcando los compases con su martillo. Seguía la parca sin embargo, sin hacer acto de presencia en la pocilga de aquel desdichado. Y bueno, se dijo el que era ya un anciano: Si ella no viene, entonces yo saldré a buscarla. Dicho y hecho, pasó a duras penas su deteriorado cuerpo por la abertura de aquel muro y miró hacia el frente y los costados a aquel mundo nuevo, colorido, lleno de vida y de luz. Se horrorizó, se lamentó al comprender que pronto, efectivamente, moriría, y que aquel fantástico mundo había estado todo el tiempo al alcance de su mano. Lloró, desconsoladamente, también como un niño. Decidió llamar pena a aquel llanto, tristeza a ese sentimiento, decisión a arrojarse de aquella torre, y final a la exterminación de su precaria conciencia.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario