Gestores (un cuento)
Éste era un hombre que se dedicaba a hacer gestiones. Formaba fila para pagar la luz en término, ya que si se vencía la boleta, luego sería peor, ya que debería abonar el correspondiente recargo por atraso de pago y mora. Además concurría a la mañana bien temprano al banco para levantar el cheque que de lo contrario sería rechazado inexorablemente generando además de un problema financiero una imborrable mancha a su buen nombre y honor . De paso también acreditaba saldo en su teléfono, ya que siempre tenía la precaución de tener el aparato con la carga correspondiente. Reservaba con la suficiente anticipación la carne para el asado del domingo, haciendo jurar al carnicero que no se la vendería a otro.
Al taxi lo tomaba siempre en el mismo sitio, evitando contratiempos al solicitar siempre el mismo auto con su correspondiente paje. Así de paso se aseguraba de tener exactamente la conversación acostumbrada sobre lo desastroso que estaba el transito en el centro, el rumbo siempre incierto de la economía y el gobierno, lo descarada que estaba la televisión y otros males de nuestro tiempo por el estilo. Llegado el domingo y a la hora de confesarse en la capilla, empezaba siempre con los pecadillos que se le ocurrían eran los mas inofensivos (tenia armado todo un ranking mental, rigurosamente inventariado y segmentado), hasta que iba entrando en clima con el cura párroco. Promediando la confesión, y solo después de tantear la tolerancia del clérigo, decidía si era el momento de soltar todo el repertorio de barbaridades, o convenía postergarlo para otra mejor ocasión. Se felicitaba por haberse casado con una mujer tan honrada, y que a la vez hubiera sido su primera y única novia . Bueno, al fin y al cabo el también se sabia el único hombre en la vida de ella. ¿Hijos? Tenía uno solo, juzgando conveniente no dividir la fortuna, ni generar conflictos innecesarios de relaciones. ¡Cuanto le costo cuidarse durante su juventud! Únicamente mantenía relaciones con su esposa cuando su mujer estaba naturalmente infértil debido a su período, y siempre en las dos únicas poses permitidas en aquella época por la santa madre Iglesia y el santo padre.
En la pacata casa vivían más o menos de esta manera los tres y la mucama, una joven provinciana que estaba embarazada, vaya Dios, y el santo padre, a saber de quien. Al respecto, habían hecho todos un pacto tácito e inquebrantable de silencio que era respetado a rajatabla sin ser cuestionado por nadie . ¿Despedirla? Seguramente el hombre lo habría meditado convenientemente, descartándolo de plano por haber generado la infelíz la suficiente antigüedad como para que tengan que pagarle una jugosa indemnización en caso de echarla. Un día en el que el hombre llegaba al hogar vio a la muchacha transpirando, sollozando, y tratando de ahogar sus gritos diciendo: “¡Ya viene, ya viene!” El jefe de familia no sabia que hacer, si quedarse o irse ¿Qué ganaba si se quedaba? Se acerco a ella y le dijo :¿Qué te pasa , ya estas por tener? Dicho esto la mujer que a duras penas se levantó de la silla, rompió bolsa, manchándose sus hojotas, el piso y los zapatos recién lustrados del hombre. Luego la mujer se tiro al piso y tuvo a su hijo allí mismo , sobre la alfombra . El hombre solo la miraba sin pronunciar palabra. Después de un rato, y levemente recuperada, la provinciana tomo a su bebe, que estaba todo manchado de sangre, y se fue a la habitación de servicio con su criatura. Al rato estuvo de vuelta y como Dios la ayudó se puso a refregar la alfombra y sintiendo una vergüenza que consideró natural, limpió todo aquello. Al llegar la noche el hombre le preguntó a su mujer: ¿Están listos mis zapatos? Mañana a primera hora tengo que estar en la sede de impositiva porque empieza el plan de reformulamiento catastral y revalúo inmobiliario.
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