La cuna alta

Fueron tres golpes. Aunque no resonaron muy fuerte en la pequeña habitación estremecieron su conciencia aún perturbada por el sueño. Ese diminuto lugar lo albergaba como un útero a medida para su adultez inacabada.
Sin saber por qué recordó el comentario del florista de la peatonal en aquella luminosa mañana: “Lilas, margaritas, claveles, o rosas, lleve cualquiera. ¿Acaso no son todas las flores hermosas?”
Se adueñó de él una mezcla igual de expectativa e inquietud. Un sentimiento similar al que experimentaba al rendir los exámenes en el rígido internado en donde transcurrió su adolescencia.
También sin saberlo y quizás por el estado de exaltación en el que entró su ser, recordó aquella fantasía de la niñez en la cual la noche, que tiene mucho misterio, no lo alcanzaría jamás. Le seducía la idea de ir tomando aviones que lo llevasen siempre al lado luminoso de la Tierra. Sí, de tener siempre a la noche detrás. De esa manera, como un fugitivo de las estrellas, viviendo solo de día, viviría eternamente.