La cuna alta

Fueron tres golpes. Aunque no resonaron muy fuerte en la pequeña habitación estremecieron su conciencia aún perturbada por el sueño. Ese diminuto lugar lo albergaba como un útero a medida para su adultez inacabada.
Sin saber por qué recordó el comentario del florista de la peatonal en aquella luminosa mañana: “Lilas, margaritas, claveles, o rosas, lleve cualquiera. ¿Acaso no son todas las flores hermosas?”
Se adueñó de él una mezcla igual de expectativa e inquietud. Un sentimiento similar al que experimentaba al rendir los exámenes en el rígido internado en donde transcurrió su adolescencia.
También sin saberlo y quizás por el estado de exaltación en el que entró su ser, recordó aquella fantasía de la niñez en la cual la noche, que tiene mucho misterio, no lo alcanzaría jamás. Le seducía la idea de ir tomando aviones que lo llevasen siempre al lado luminoso de la Tierra. Sí, de tener siempre a la noche detrás. De esa manera, como un fugitivo de las estrellas, viviendo solo de día, viviría eternamente.
En su desvarío pueril, le gustaba aterrarse con la posibilidad de perder un vuelo, o de algún imprevisto que hiciera que al fin la noche lo alcanzara en alguna exótica y lejana ciudad, de ser velado por extraños y de ser enterrado en una tumba anónima. Tendré que aprender idiomas - se decía - para reducir las posibilidades de malos entendidos y retrasos fatales. ¿Y por qué no construir su propio avión?
Toc, toc, toc. ¿Quién podría ser a esa hora? Realmente se esforzó por imaginarlo. ¡Cuanto le costaba pensar con claridad! Desfilaron caóticamente varios personajes de su vida: No podrían ser sus padres (ambos habían muerto cuando él era un niño), o algún amigo (de todas maneras nunca tuvo ninguno verdaderamente). En su intento volvió imaginariamente a aquel rincón: Al extraño, al gris despintado por la cal húmeda, al de las tres dimensiones, al de los castigos, con baldosas sembradas de maíz, al de la casa enorme.
Se dio un abrazo y un beso y le dijo a su niño: “Ya está, nada puede pasarte, yo estoy aquí, ven conmigo”.
A pesar de la estrechez del cuarto, aún conservaba allí su cuna blanca, antigua, con largueros paralelos cual cerca de jardines de películas mudas. En las noches más oscuras se acurrucaba dentro de ella y se arrullaba, cantándose canciones infantiles pasadas de moda. Afuera esperan. . .
No, no había manera de conectar estos tres golpes con el resto de su vida incoherente. Se le antojaban de otra naturaleza. “La noche es del cementerio, el día no. Si paso por la vereda del frente del campo santo retrasaré mi muerte”.
Cumplía con todos sus rituales: Evitaba el silencio absoluto, cantaba el cumpleaños feliz, apagaba todas las velitas, se levantaba con el pie derecho, miraba a los cuatro costados antes de cruzar la calle, descendía por atrás.
Los objetos son inertes, neutros, son peores que las mulas.
¿Quién notaría su ausencia? ¿Quién era él?
Se cuidaba en las comidas, saludaba y hablaba del estado del tiempo en el ascensor. Miraba con suficiencia a los mendigos, seguro de haber corrido una suerte mejor. Afuera se impacientan…
En sueños volaba por la oscura ciudad, invisible, con alas de mosca gigante aterrizando en los techos y en las terrazas de las casas de desprevenidos desconocidos. ¿Sería alguno de ellos quién llamaba?
Es verdad - se dijo - verdaderamente todas las flores son hermosas. ¿Por qué no lo supo antes? ¿En que estaría pensando?
Quizás por el aroma floral que invadía el pequeño cubículo evocó aquel desplante en la enorme catedral. Esa noche faltó a la cita. Los barrotes de la cuna eran demasiado altos, eran montañas. Y desde esa vez, en la que ella se quedó esperándolo en la iglesia, él aguardó que llegara en cualquier momento.
Va a quedar muy bien con su amada - le habían dicho en la florería - , y él entre avergonzado y perturbado solo atinó a pagar y a retirarse rápidamente.
En ese instante, breve del universo, e interminable para él, atravesó toda su percepción con la velocidad de una flecha una idea aterradora, que al llegar al blanco se transformo en una profunda convicción. Fue como si lo hubiera alcanzado un rayo. Percibió cada una de sus irrealidades y abandonó todas sus ilusiones. Ya no la haría esperar más…
No prendió la luz, sabía exactamente la distancia que había hasta la entrada. Extrañamente sus pasos de pies desnudos no hicieron ningún ruido (tampoco dejaron ninguna huella). Le dio una vuelta a la llave, no lo pensó…Y otra vuelta mas… No preguntó quién era. Ahora lo sabía. ¡Aún puedes evitarlo! ¡Tranca la puerta!
Pero no.
Abrió y la vio. Una novia, ninguna en particular y todas a la vez, estaba allí. También descalza, con un ramo de rosas, un vestido blanco pálido, amarillento, desgarrado, que ni la luz de la Luna llena podía avivar.
Ella lo miró, y le sonrió con mil dientes. El no supo que sentir, tampoco tuvo tiempo. Abrió la boca para decir algo, pero le fue imposible, ya no había aire en sus pulmones. Cayó fulminado.
Días después y ante la insistencia de los vecinos llegaron las autoridades y comenzaron las investigaciones. Yacía en su cuna tieso, elegantemente vestido, en posición fetal con dos anillos y un atado de flores secas entre sus manos.

2 comentarios:

Marlén Curiel-Ferman dijo...

Hola, José.

Gracias por agregarte a los seguidores de uno de mis espacios.

No entendí muy bien cuál era tu página principal -la seguidora, pues-, pero ya me he dado un paseo por tus gustos.

Te dejo la nota en éste porque fue el que más me gustó (qué bueno que pusiste a Nietzche!).

Saludos,

Mar

Maai Ortíz dijo...

Hola mucho gusto a penas escribí una entrada ayer por la noche y me di cuenta que me agregaste esta tarde. Agradezco tu interés tal vez no sea tan interesante como tu historia, que por cierto me agrado mucho, el solo abrir una puerta, todo lo que puede pasar por nuestra mente....que creatividad....

Por cierto revisé algo respecto a una cita que tienes de Oscar Wilde, es hasta ahora mi autor favorito, que !buen gusto¡ jeje... saludos...